La maquila mexicana es una fuente de trabajo de gran importancia para la economía mexicana y que tiene un fuerte impacto en la sociedad y cultura de nuestro país, una industria que ha ido evolucionando junto con México durante los últimos 50 años.
Las empresas maquiladoras son talleres textiles, químicos, mecánicos y electrónicos que se dedican íntegramente a la elaboración, ensamblado y empacamiento de productos para su venta dentro y fuera de México.
Estas empresas cuentan con la particularidad de ser de capital de origen exclusivamente extranjero y de gozar de beneficios fiscales y legales que las hacen una propuesta atractiva para inversionistas en otros países.
Por la forma en que están integradas en la ley mercantil, los insumos a ser transformados ingresan a México sin pagar aranceles (impuestos) con la condición de regresar a territorio extranjero tras el proceso de transformación. Este tipo de productos pueden ser comercializados en México después de pagar los impuestos necesarios a la Secretaria de Hacienda y Crédito Público.
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El concepto de la maquila como tal, tiene sus orígenes en la edad media española, cuando agricultores y jornaleros hacían uso del molino de un tercero y el propietario recibía como paga una porción de la harina molida; de una forma similar la maquila moderna aprovecha el uso de la mano de obra de terceros para crear y transformar materia prima.
Este modelo de trabajo surgió en 1965 en gran parte por el fin del programa Bracero entre México y Estados Unidos, el cual tenía como propósito ayudarse de las manos mexicanas para sostener la industria agricultora estadounidense menguada en gran medida a causa la segunda guerra mundial.
Gracias a las manos mexicanas que ayudaron a mantener el sistema económico de estados unidos durante aquella época, la mano de obra nacional actualmente sigue siendo parte importante del equilibrio financiero norteamericano.
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